No quiero culpar al clima, pero, amiga andaluza, amiga latina: nos falta fotosÃntesis ¡y eso creó la vida!
BerlÃn es la ciudad más dura donde he vivido, pero en proporción con mis objetivos y esa búsqueda de propósito, dirÃa que la intensidad es proporcional, o en otras palabras:
«Quién algo quiere, algo le cuesta».
El invierno, el idioma, la burocracia y el infierno de la crisis inmobiliaria me han llevado a situaciones extremas donde he visto las sombras más oscuras de mi psique, pero también me han llevado a mi versión más creativa y empoderada.
Miedo irracional a la intemperie
FrÃas vistas, calentitas oportunidades | Wedding, BerlÃn 2021
Vivir en BerlÃn en invierno es lo mas parecido a un confinamiento o incluso a la prisión. La oscuridad del cielo y el frÃo son las más sólidas cadenas. No puedes salir de tu casa, pero, la cosa se pone tensa cuando vas perdiendo tu hogar periódicamente.
El ‘’miedo irracional a la intemperie’’ es una sensación de inseguridad que activa la  ansiedad por no sentir un refugio seguro y permanente. Le añado irracional porque, aunque vÃctima de un sistema neurótico y e inhumano, soy una privilegiada. Tengo la suerte de ser joven, blanca y europea. En el peor de los casos alguien siempre podrá ayudarme, no tendré que dormir en la calle. Eso, ya es un agradecer.
Lógicamente, la inestabilidad de vivir mudándote continuamente genera traumita y afecta al flujo de energÃa del chakra raÃz. Al quedar el primer chakra bloqueado, la energÃa no sube: todo está desequilibrado en tu vida. El miedo a morirte de frÃo, esa ansiedad ancestral de peligro es la que he sentido cada invierno, pues siempre he vivido la putada (entre otras) de quedarme homeless el 31 de diciembre de cada año. Asà se fueron creando los ciclos de alquiler. Y por supuesto, Navidades sola, sin familia y haciendo mudanza para pasar el fin de año sin planes, trabajando en el club o con tu nuevo y desconocido compañero de piso.
Hay un dicho que dice: «te falta un verano», pero yo lo cambiarÃa por «te falta un buen invierno en BerlÃn». xD
La Naturaleza de BerlÃn en Invierno también es bella | Wedding, BerlÃn 2021
Te falta un invierno
Tipas duras | Prenzlauerberg, BerlÃn 2021
Tanto como lo hizo el confinamiento, la vida ermitaña de ciudad en BerlÃn me ha elevado la consciencia. Vamos a ver, no todo es blanco o negro. Cuando solo hace sol, el ser humano procrastina mucho más en los proyectos de propósito. Aquà no hay amigas entre semana, cafés en terrazas o cervezas al sol. El único momento de socializar es el finde en un club tipo bunker donde tampoco ves la luz del dÃa.
Durante los primeros años en BerlÃn se experimenta mucha soledad y oscuridad. Pudiendo ser un perÃodo algo depresivo, también es tiempo para el autoconocimiento y la productividad (si sabes ver la botella medio llena, claro). Eso que dicen es cierto: la felicidad depende de una misma, pero eso no implica que podamos ser felices de un dÃa para otro en panoramas complejos.
Los cambios son aterradores, pero de ahà venimos.
Las oportunidades de estar incómoda
La tristeza, el miedo y el aislamiento son fuentes de inspiración. En más de una ocasión he pensado que si algún dÃa fuera a la cárcel, estudiarÃa la carrera de psicologÃa, no me quedarÃa de brazos cruzados.
Todo proceso de transformación personal suele ser agridulce. La escritura se ha convertido en una herramienta ideal para convertir el drama en arte. ¿O acaso no son los escritores y escritoras personas que viven episodios complejos?
El invierno marengo discurrió sin amigos, sin trabajo, sin vida académica, sin un proyecto definido, es decir, hubo una réplica de crisis existencial, pero pronto desaparecerÃa y comenzarÃa el PLAN: nuevas semillas para nuevas primaveras.
Si no tiene tu PLAN, BerlÃn te engullirá, llevándote a su astral más sombrÃo y peligroso. Las metas mueven montañas, pues caminas con la energÃa de la motivación, y te guÃan hacia la cima, donde encontrarás la fruta fresca.
AjÃn contigo | Boddinstraße, BerlÃn 2022
Desayuno sin amantes | Boddinstrasse, BerlÃn 2022
Fragmento de diario del primer invierno, BerlÃn 2021
Me acabo de despertar. Sigo ronenado en la cama pero puedo ver desde mi ventana el cielo entre gris y azul. A su vera fluye, como dirÃa mi madre, un viento fresco mu malahe.
Corren meses oscuros, tensos, enfermos… y en el aire pesa la incertidumbre. Esta no tarda en convertirse en miedo. Me he dado cuenta de la necesidad de darme un paseo diario, aunque el tiempo declare inclemencia.
Ayer paseé por Boddinstrasse, me fijaba en las caras de las personas. ParecÃa que guardaran un secreto: facciones serias, actitud de funeral, llovizna lateral que me mojaba las preocupaciones y para aderezar, estridentes sonidos de ambulancia rendÃan banda sonora a esta escena apocalÃptica de pandemia.
¡Qué tiempo más estúpido! | Boddinstraße, BerlÃn 2022
Un sabio de Chiclana me dijo un dÃa que el ser humano inconsciente siempre intentará autodestruirse para despojarse de lo material, de su mente y de su ego, en este mundo de ciencia ficción. Eso podrÃa explicar por qué se desencadenan conductas tóxicas de cualquier tipo (hábitos como fumar, beber, no comer sano, no hacer deporte, discutir…). La variedad es infinita, pues la toxicidad puede ser altamente destructiva.
TodavÃa no he salido de la cama y ya parece que calmó el viento. El cielo luce más azul y la única malahe ahora soy yo.
La evolución no tiene la culpa. En estos dÃas oscuros y solitarios estoy viajando bien adentro. Llamé a mi amigo el Arà y me dio un consejo muy bonito:
— Deja todo lo que estés haciendo y cómete una naranja al sol.
Yo le contesté:
— Naranjas tengo, pero sol, no me queda hijo.
Una Naranja a la nube | Boddinstraße, Berlin 2022
El viejo de las botas Rockabilly y las 4 estaciones
El viejo y yo en su bar de Kreuzberg | BerlÃn 2021
En mis primeros paseos vespertinos por los barrios de Kreuzberg en el invierno de 2021, entré en un café que me llamó la atención desde fuera. Su energÃa era bohemia, nada new age ni materiales baratos. En las paredes colgaban cuadros de pinturas variopintas, lámparas extravagantes, carteles de eventos antiguos y en el baño, millones de pegatinas y posters de Britney Spears.
El viejo alemán me vio entrar con el portátil, el cargador, el móvil, las gafas, un cuaderno... y le pregunté, muy señoreada con mi humilde alemán:
—Perdona, ¿tiene usted wifi?
El señor me miró como si fuera la primera persona que le hubiera preguntado eso en su vida, y es que creo que fui la primera persona.
—Tengo que preguntarlo —escribió un whatsapp y al rato me dio una enorme clave.
—¡Hay que ver cuántos tiestos necesitáis hoy en dÃa estas nuevas generaciones!
Antes Ãbamos a buscar trabajo al lugar fÃsico, conocÃamos la energÃa del espacio, las personas que custodiaban el lugar y con ello, la intuición se mantenÃa impecable —añadió un poco enfurruñado.
Me marcó esa frase ya que me sentà un poco estúpida, la verdad. Todas esas cosas a las que él se referÃa, son también adicciones digitales y mucho peso en la mochila. No sé si es posible vivir al margen de tanto tiesto o si de lo contrario, sà que es posible pero no estamos dispuestos a renunciar a ese apego por las consecuencias que nos traerÃa a nivel social y económico. HabrÃa que probarlo para realmente saberlo.
El viejo era un tipo culto, hablaba bien inglés y habÃa viajado por todo el mundo. Me decÃa que a dÃa de hoy la gente no sabe hacer dinero, que nadie se atreve a tener ideas como antes, a sobrevivir sin tanto atrezzo, internet, o colección de tÃtulos y cursos para un curriculum más largo que un pergamino.Â
—Cuando fui a Barcelona, compré unas botas de cuero increÃbles, igualitas a unas que calzaba Jimmi Hendrix —me comentaba el viejo, sintiéndose cómodo con su charla. —Encontré unas chapas metálicas para la punta y los bordes y quedó espectacular. Las vendà aquà en BerlÃn por una fortuna.
Y yo, me veÃa ahÃ, con una carrera, un máster, 4 idiomas, un ordenador, un móvil, un cable y una clave wifi, sobreviviendo con ayuda del estado y las propinas del club.
Me hizo mucho pensar este viejo, que concluyó su discurso con la siguiente información:
—Ves esta calle frente a mi cafeterÃa. Esta calle es muy especial. Aquà se sienten perfectamente las cuatro estaciones del año: en primavera, los árboles crean un espeso conjunto de hojas que danzan felices en sus aceras, en verano, el atardecer se posa al final de la vereda pintando un halo dorado, en otoño, no existe pavimento, si no hojas de color amarillo, naranjas y rojas que como una alfombra orgánica cubren todo el paso y, en invierno, esta calle se colapsa de nieve blanca que refleja el gris del cielo y que nos recuerda que todo pasa, que todo es un ciclo.
Y yo pensé:
¡Qué lindo! Ver las estaciones nacer y morir y volver a nacer. Acaricié por un momento el secreto de la vida.
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Fau Montero - La Hija del Techno